Friday, March 31, 2006

Cariño: comprender y exigir

Cariño: comprender y exigir
(José Luis Aberásturi y Martínez. Educar la conciencia. Ediciones Palabra, Madrid, 2001)

La ejemplaridad sola no basta. Solo el cariño arrastra. Solo el cariño es educativo: porque lo que más anima a hacer algo es el cariño de quien lo quiere así. Y esto sirve tanto en el orden sobrenatural -lo que más nos mueve a cumplir la voluntad de Dios es considerar el Amor que nos tiene-, como en el orden de mover a los hijos a buscar lo que de verdad les hace buenos: el cariño que les tenemos.

Los hijos tienen que notar que, cuando les exigimos el cumplimiento de un deber, lo hacemos por cariño. Por ejemplo: no podemos corregir, ni echar una bronca, simplemente porque nos enfada el tema, o porque no va con nuestra forma de ser. Corregiremos porque está objetivamente mal. Y si no estamos muy seguros de la objetividad del asunto, mejor callarse.

De esta manera es más fácil que los hijos caigan en la cuenta de que lo que nos mueve al corregir o regañar es su bien, es por su bien: no por «nuestro» bien: es decir, nuestra comodidad, nuestra forma de ser, nuestro carácter. Mucho menos, porque vengo enfadado del trabajo, o ha perdido mi equipo de fútbol y no estoy para nada ni para nadie.

Ahora bien, la primera manifestación del cariño verdadero está en comprender. Hay que comprender que muchas faltas son más por fragilidad que por maldad; hay que comprender que, a estas edades, no pueden retener y mantener operativas todas las normas que intentamos inculcarles; hay que comprender que no pueden luchar en todo, siempre y a la vez: por eso no podemos exigir todo, siempre y a la vez, sino una cosa detrás de otra; hay que comprender que no debemos corregir todo, y siempre, porque nos convertiríamos en guardias de la porra, no en padres o educadores... .

Como hay que comprender que debemos tratar a los niños al menos con la misma comprensión con que nos tratamos a nosotros mismos, y con la que exigimos que nos traten; como hay que comprender que no podemos exigir a los ocho años lo que exigiríamos a los veinte; como hay que comprender que necesariamente se han de equivocar o han de hacer cosas malas, o que no nos gustan y nos incomodan...
Perder esto de vista nos puede hacer tremendamente injustos a sus ojos. Y se rebelarán abiertamente, aunque constaten que no les queda por ahora, mientras son pequeños, otro remedio que obedecer: ya se desquitarán más tarde.

Comprender -fruto del cariño- nos hará disculparles, y enfocar las cosas de otra manera, poniendo serenidad en los juicios, sin sacar las cosas de quicio, intentando ver siempre el lado amable de las cosas y, como no podía ser menos, poniendo su pizca de buen humor, indispensable para educar en positivo, sin hacer tragedias de pequeñeces.
(Enviado por Marietta Noriega, prom. 80)

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